"En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don Quijote los vió, dijo a su escudero: la ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer."
A diferencia del entorno de Daimiel y sus molinos hidráulicos, la mayoría de los pueblos manchegos realizaban la molienda del grano gracias a estos ingenios mecánicos. Situados en lo alto de los cerros, conseguían aprovechar al máximo la fuerza del viento.
La estampa de estos molinos es reconocible a nivel internacional, siendo icono de la novela cervantina más famosa de todos los tiempos. Viajar cerca de Puerto Lápice, Herencia, Alcazar de San Juan, Consuegra, Campo de Criptana, entre otros pueblos manchegos, es disfrutar del horizonte recortado por grupos de estos molinos.
En la actualidad estos molinos se encuentran en gran estado de conservación, gracias en buena parte al gran poder turístico que ofrecen, pero esto no fue siempre así. Hace unos días gracias al Cuadernos de Estudios Manchegos descubrí un articulo de Carlos María San Martín fechado a finales de los años 50 donde se expone su lamentable estado de conservación y los movimientos iniciados para su restauración.
Espero que la lectura de este artículo haga reflexionar sobre el patrimonio actualmente casi perdido y no valorado. De no ser por este tipo de movimientos hoy tampoco disfrutaríamos de algo que parece que siempre ha estado ahí inamovible, los molinos de viento manchegos.
Campaña de restauración y construcción de molinos de viento / por Carlos María San Martín
Pese a que los molinos de viento son los que simbolizan a la Mancha, en la imagen literaria, por la intrépida y llena de sinrazón aventura de Don Quijote, pocos son los que superviven en nuestros días. Los más conocidos y famosos son los de Campo de Criptana, con nombres de regusto clásico —«El Manto», «El Sardinero', «El Burleta)...— porque los molinos de la Mancha tienen nombre propio. De los treinta o cuarenta que se describen en la obra cervantina, pocos quedan. Casi todos, fueron ridiendo sus aspas, más que a los elementos de la naturaleza, a la incuria y al abandono, y, los que no murieron, quedaron para siempre mutilados, con sus muñones rotos y las cuencas de sus ojos vacías.
A partir del año 1953, se inicia la tarea de restauración y reconstrucción de los molinos de viento, que son los que, en nuestro paisaje, ponen el contrapunto de una característica regional definida. Así, sobre el cerro que, en Puerto Lápice, separa Ciudad Real de Toledo, se abrieron, como brazos amigos que dan la bienvenida a los caminantes de la ruta quijotesca, las aspas del que recibió el nombre de «Bachiller Sansón Carrasco». En Herencia, se ha levantado el que se llama «Maritornes». Y, en Argamasilla de Alba, el «Cura Maese Pero Pérez».
En Campo de Criptana, junto a los que hemos citado más arriba, se inauguró el Molino-Museo, dedicado a José Antonio Primo de Rivera, que se llama «El Salobre». Y, en breve, uno nuevo alzará sus aspas al viento, gracias al mecenazgo de la embajada de Chile en España, como testimonio de que los pueblos hispanoamericanos siguen las rutas del ideal quijotesco, que en definitiva no es más que ideal auténticamente hispánico.
Un pintor manchego, Gregorio Prieto, fundó la Sociedad de Amigos de los Molinos y a él, en su ciudad natal, Valdepeñas, se le dedicó y regaló el que, hasta ahora, es el mayor de España. En la carretera general de Andalucía, a la entrada de la población, se alza este Molino-Museo, que cuenta con amplias estancias en las que, en exposición permanente, figuran obras del célebre artista, hijo predilecto de Valdepeñas, así como objetos típicos de la artesanía manchega, distribuidos en las tres plantas o pisos de que consta. En él, Gregorio Prieto ha recogido lo más representativo del arte de su tierra: cerámica, muebles, vidrios, cobres, etc., y muchos cuadros suyos, entre ellos, uno de la Virgen de Consolación, patrona de la ciudad, y un retrato de Juana la Galana, heroína manchega de la Guerra de la Independencia. Este molino fué construido siguiendo las directrices de un molinero de Consuegra (Toledo), perito en la materia. Por ello, tiene todas las piezas esenciales, con excepción del árbol central, por necesidades de adaptación de las estancias interiores.
Otros molinos han estado a punto de nacer en estos últimos años en el mismo Valdepeñas, Alcázar de San Juan y Almodóvar del Campo, pero, a última hora, los proyectos no se llevaron a la realidad, por falta de mecenazgo. Y es que también es precisa la inversión de dinero no rentable, en el estricto sentido financiero de la palabra, porque, al fin y al cabo, un molino es un monumento con renta para la Historia.
Confiamos en que el movimiento de restauración de los molinos de viento no se quede solamente en los seis que hemos mencionado: «Bachiller Sansón Carrasco», «Maritornes», «Cura Maese Pero Pérez», «El Salobre», el de Gregorio Prieto y el de Chile. Porque éstos, unidos a los que aún se conservaban, apenas suman una docena de los están en buenas condiciones en toda la provincia. Y si Cervantes hablaba de treinta o cuarenta en una pequeña área de terreno, nos imaginamos que pasarían de los dos centenares, entonces, sumados todos los de las diversas zonas de Ciudad Real. Por parte del Instituto de Estudios Manchegos, no ha de quedar. Pero hacen falta medios materiales para llevar a feliz término la realización de los diversos proyectos.
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